Zapatos locos
Las ideas brotaban como si su cabeza fuera un
volcán, y quedaban luego vagando en el aire dándole una sensación de vacío.
Aquella no había sido una buena noche para la mujer.
La reunión nocturna mensual con sus amigas terminó
con una pelea, un billete de 500 pesos arriba de la mesa y un airado- me voy,
me aburrieron- cerrando una salida cuasi teatral.
No era la primera vez que esto pasaba y se
preguntaba cómo podía hacer estas cosas; si era ella y su cabeza que no se
acomodaban o en realidad la amistad con “las chicas” como solía llamarlas, ya
no era tal. Sus vidas eran tan distintas que no las reconocía ni sentía lo
mismo.
Asimismo las notaba frías y distantes, vacías,
repetitivas. Ninguna charla personal, ya no compartían asuntos íntimos. La conversación era como para hablar de algo,
sin mucho contenido, cuando no terminaban en discusión por algún asunto siempre
relativo a los impuestos, el gobierno o la política.
Poco afecto, mucha impostación y casi nada de
espontaneidad. Parecían congeladas o así las sentía ella. Mujeres témpano cada
vez mas distantes.
¿Será que las relaciones de mi vida se convertirán
todas en esto? Se preguntó mientras prendía un cigarrillo y manejaba rumbo a su
casa.
Así y todo sentía que su mundo se desmoronaba, igual
que las ideas que le brotaban y se disolvían en la niebla que rodeaba su
cabeza.
Llegó a su casa sintiéndose cada vez más triste.
Había logrado romper otra vez sus vínculos, ahora tocaba al de sus amigas.
En el dormitorio, igual que en su cabeza, imperaba el
desorden. El gato había estado haciendo de las suyas y tirado los discos, que
estaban desparramados por doquier. Drexler mezclado con los Beatles, y con el
disco de la música africana. Después que los ordenó como pudo, se detuvo a
mirar los zapatos tirados.
Al parecer esta semana había usado muchos. Es como
si todos mis zapatos estuvieran aquí- pensó.
Intentó acomodarlos, pero como si tuvieran vida
propia se negaban a quedarse con su par. Allí estaban los de taco alto
elegantes y formales, los de taco mediano de color verde oliva, para las
ocasiones profesionales; las botas nuevas de gamuza, muy elegantes, y los
deportivos de marca para salir a caminar, miraban con desprecio a las viejas
botas con tacón roto y suela despegada y a los viejos championes que hoy eran
casi zapatillas de entre casa.
Ninguno quería quedarse en su lugar pero tampoco
mezclarse con los otros y comenzaron a danzar como satélites a su alredor, como
si ella fuera Saturno y los zapatos sus anillos.
Y sin quererlo cayó en cuenta de que los zapatos
eran como piezas de si misma que no querían unirse, esos fragmentos de vida tan
distintos que no lograba fusionar en una sola.
No conseguía unir sus ideas como tampoco podía
juntar los zapatos.
Por un instante creyó alucinar, y recordó momentos
de su vida relacionado con esos zapatos. Cada uno de ellos representaba un
momento especial, y todos eran parte de ella. Intentó acomodarlos de nuevo,
pero no querían juntarse.
Ahora estaba sentada en el piso rodeada por esos
zapatos que se negaban a hacerle caso.
Los tacones altos no querían mezclarse con los
nuevos, las viejas botas se pateaban con las casi deshechas viejas.
Cuando intentaba combinar los pares, mas rebeldes se ponían, entonces, harta
ya de la rebelión, se los puso a todos en la falda y los abrazó.
Los estrechó apretándolos fuerte contra ella, y notó
que todos empezaban a quedarse más calmados. Se levantó tratando de no perder a
ninguno y se fue hasta el ropero. Empezó a acomodarlos, ordenándolos de a poco
y con calma. Los zapatos ya no se sublevaban, cada uno aceptaba su lugar y
compartir el espacio con los demás. Al terminar se sintió mejor, y su cabeza
también.
Sus ideas ya no brotaban tan desordenadas, recordó
una frase tal vez de un libro o de algún afiche, “el desorden externo a veces
representa el desorden interno”. Mirando el ordenado grupo de zapatos pensó,
tal vez esto me ayude a acomodar mis ideas, porque si sigo tan dispersa y
desordenada como estaban mis zapatos, voy a terminar perdiéndome yo misma.
Se estiró en el piso con una mano dentro del placar
acariciando cada par como si fuera a ella misma, mimando a cada zapato como
ella debería ser mimada. Prendió un cigarro. Espiraba y las volutas del humo
subían y subían hacia el techo. Mientras las miraba se quedó dormida, acariciando
los zapatos y con el cigarro encendido en la mano. La vecina del piso vio salir
humo por debajo de la puerta y llamó a los bomberos. Llegaron a tiempo para ella, pero no para los
zapatos.
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